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1- Introducción
2- Comprender la adolescencia
a) Cambios biológicos
b) Cambios psicológicos
d) Cambios sociales
3- Errores frecuentes de los padres
4- Resumen de los puntos clave a tener en cuenta
5- Pautas básicas para mejorar la relación con su hijo adolescente
Resulta frecuente encontrar padres (especialmente las madres) que no entienden que sucede en ese período a partir de los 12 o 13 años cuando de repente su hijo o hija pierde interés por estar con ellos, ya no le comenta de forma tan fluida sus propias vivencias cotidianas y parece mostrar un cierto desapego hacia los valores que le hemos ido enseñando.
Ocurre también que pueden darse conductas de cuestionamiento hacia nuestros propios modelos educativos y la búsqueda de nuevas opciones alejadas de lo que los padres esperaban o deseaban de ellos. Es como si el adolescente necesitara cambiar el guión previsto y buscar su propia identidad y su propio lugar entre sus iguales (ahora referentes principales en detrimento de los padres). Esto crea gran desasosiego en los padres que se preguntan desconcertados qué han hecho mal.
La adolescencia es un momento de cambios importantes en la evolución de cualquier niño y hay que comprender las peculiaridades y procesos que se producen tanto a nivel biológico como psicológico y social. Desde su comprensión estaremos en mejores condiciones como padres para acompañar a nuestros hijos en esta etapa crucial de su desarrollo.
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Podríamos definir la adolescencia como un período de transición que se da entre la niñez y la edad adulta y que se extiende desde la pubertad hasta el inicio de la etapa adulta (a partir 18-19 años).
La adolescencia comienza con la pubertad. Se trata de la etapa en la que se alcanza la madurez sexual. Esta etapa trae consigo una oleada de hormonas que pueden intensificar los estados de ánimo y que desencadenan dos años de crecimiento físico rápido, que por lo general empieza en las niñas hacia los 11 años y en los niños alrededor de los 13. Durante esta etapa tiene lugar la maduración sexual aunque uno o dos años antes de la pubertad, los varones y las niñas suelen experimentar los primeros sentimientos de atracción hacia los compañeros del otro sexo o el mismo.
A nivel neurológico el cerebro de los adolescentes sigue creciendo. Hasta la pubertad las neuronas aumentan sus conexiones, como árboles que tienen cada vez más raíces y ramas. Luego durante la adolescencia, se produce un corte selectivo de las conexiones que ya no se utilizan.
A medida que el adolescente madura, sus lóbulos frontales continúan su desarrollo hasta aproximadamente los 25 años. El crecimiento de la mielina (tejido adiposo que se forma alrededor de los axones) acelera la neurotransmisión y mejora la comunicación con las otras zonas del cerebro. La maduración de estos procesos va a permitir en el adolescente una mejor capacidad de juicio, un mejor control de los impulsos y capacidad de planificación a largo plazo.
No obstante, hay que señalar que la explosión hormonal tiene efectos directos sobre el desarrollo del sistema límbico que es el responsable del control de las emociones y que en los adolescentes más jóvenes, cuyos lóbulos frontales en desarrollo no están suficientemente maduros para reprimir impulsos, podrían explicar la impulsividad ocasional, sus conductas de riesgo, a veces adictivas y las denominadas “tormentas emocionales” observadas en portazos, música a todo volumen, conductas desafiantes hacia los padres, etc. De esta forma, parte de ciertas conductas que preocupan a los padres podría tener su justificación en factores madurativos independientemente de las características y circunstancias de su entorno.
En la adolescencia se producen modificaciones cruciales en dos aspectos fundamentales del funcionamiento psicológico: los referidos al desarrollo cognitivo y los relacionados con el desarrollo de la personalidad.
El período adolescente se caracteriza, en el aspecto cognitivo, por la aparición de cambios cualitativos en la estructura del pensamiento. Los adolescentes en su desarrollo se vuelven capaces de reflexionar acerca de lo que piensan ellos mismos, de lo que piensa el resto de las personas y comienzan a imaginar lo que las personas piensan de ellos (obsesión del joven por la imagen que los demás poseen de él) y aparece también con frecuencia la suposición de que todo el mundo le observa constantemente (Audiencia imaginaria). Ello puede provocar gran desasosiego especialmente en los más vergonzosos.
A medida que maduran su capacidad cognitiva, muchos adolescentes piensan sobre lo que es posible en cuanto a lo ideal y comparan este ideal con la sociedad, con sus padres e, incluso, con ellos mismos.
Durante los primeros años de la adolescencia, la capacidad de razonar se centra en uno mismo. Muchos adolescentes pueden pensar que sus experiencias personales son únicas y que sus padres u otras personas no las entenderán (Fábula personal): “Pero mamá, tú no sabes lo que es estar enamorado…”
Sin embargo, poco a poco, la mayoría alcanza la cima intelectual que Piaget denominó Operaciones Formales y se vuelven más capacitados para pensar de una forma más lógica. Esta capacidad para razonar de forma hipotética y poder deducir las consecuencias también les permite detectar las incoherencias de razonamiento de los otros. Esto puede influir para que mantengan discursos acalorados con los padres y para que se prometan a sí mismos que nunca van a perder sus ideales.
La formación de la identidad
Uno de los aspectos psicológicos que merece especial atención en la adolescencia es el desarrollo de la identidad o del concepto de sí mismo, siendo uno de los autores que lo ha analizado con mayor detalle E.H.Erikson y en los que se integran componentes afectivos, cognitivos, sociales y culturales. Este autor, a grandes rasgos, consideraba el desarrollo como la superación de conflictos externos e internos. Los individuos deben enfrentarse en los diversos estadios de su ciclo vital a “crisis psicosociales” que representan oposiciones entre las exigencias de la sociedad y las necesidades biológicas y psicológicas.
En la adolescencia, el desafío fundamental implica lograr una identidad coherente, es decir, un conjunto congruente y estable de aspiraciones y percepciones sobre sí mismo. Algunos autores (Kimmel y Weiner, 1.987), concretan el desarrollo de la identidad del adolescente a la adhesión a:
a) Un conjunto de valores y creencias.
b) Un conjunto de metas educacionales y ocupacionales.
c) Una orientación sexual que determinan los modelos de relación entre hombre y mujer.
Puede suceder que algunos adolescentes encuentren difíciles estas tareas y no consigan formar un concepto de sí mismos que encaje de modo realista con sus características personales y con el medio en el que viven. En este caso pueden sentir una “crisis de identidad”. Esta difusión de la identidad podría llevarle a cierto aislamiento, incapacidad para planificar el futuro, escasa concentración en el estudio o la adopción de papeles negativos por simple oposición a la autoridad.
En esta búsqueda de la propia identidad suelen surgir discrepancias con los padres que pueden no entender ciertos cambios y actitudes. El adolescente en su necesidad de diferenciación, puede rechazar los modelos en los que ha crecido (especialmente si no se ha sentido cómodo o feliz) y buscar sus propios referentes.
En este ámbito el adolescente se enfrenta a la adopción de nuevos papeles sociales y expectativas. El chico o la chica pasan a pertenecer a una categoría social que implica un conjunto de conductas diferenciadas con respecto a la categoría social de niño. De este modo, cuando el individuo “deja de ser un niño”, se espera de él o ella que sea más responsable, más independiente y que, con el tiempo, sepa elegir un trabajo y pareja sexual.
Con todo, el cumplimiento de estos objetivos puede dar lugar a problemas y esto es así porque, en general, la sociedad define las metas del adolescente pero no facilita los medios para alcanzarlas. Esto se vuelve especialmente crítico en las sociedades industriales avanzadas en las que el logro de la independencia económica y afectiva de los jóvenes está siendo artificialmente demorada debido a la crisis actual y la imposibilidad de emancipación o encontrar trabajo estable.
Pero la confrontación con el mundo adulto del adolescente se produce también en un plano más próximo: la familia. Si los padres no saben adaptar su relación a los cambios ocurridos en sus hijos adolescentes, es posible que éstos mantengan ante ellos posturas de enfrentamiento y rechazo. En todo caso el que esto suceda o no dependerá, entre otros, del tipo de relación establecido entre padres e hijos anteriormente. Así, algunos estudios parecen apuntar la idea de que los padres “democráticos” que saben escuchar activamente a sus hijos y combinar la exigencia de ciertos deberes pero también ser flexibles ante algunas de sus demandas, son considerados por éstos como modelos de conducta más adecuados en un porcentaje mayor que los padres excesivamente “permisivos” o “autoritarios”. Por tanto es de esperar una mayor conflictividad en estos dos últimos estilos educativos (excesiva permisividad o autoridad).
Pero, sin duda, las relaciones sociales prototípicas de este período son las del grupo de amigos. El niño tiene como horizonte especial privilegiado la familia; en el adolescente, la situación se modifica y su vida social pasa a centrarse en sus amigos o pandilla. De esta modo, el chico y la chica comienzan a salir solos con sus amigos al cine, los bares, discotecas, espectáculos deportivos, etc. En el mundo sociafectivo del adolescente prevalece su interés por hacer nuevas amistades, sentirse bien en su grupo de camaradas y, por supuesto, aprender a relacionarse con individuos del sexo opuesto.
Esta relación con sus iguales puede cumplir, en esta fase de transición, una función importante de apoyo psicológico. Como afirman algunos autores (Lopez 1.985), para los adolescentes, “el grupo de iguales es en numerosas ocasiones refugio frente a los conflictos familiares y sociales. La dependencia de este grupo suele ser grande entre los adolescentes y jóvenes, contrastando con su autoconciencia de libertad”.
1º) Los padres deben ser amigos de sus hijos
Los padres, ante todo son padres. Ello conlleva una serie de deberes y derechos desde el rol de padre que es muy diferente al rol de amigo. Un amigo es básicamente un igual, es decir, un joven de la misma edad que nuestro hijo con el que comparte muchas de sus vivencias y que en esta etapa de la adolescencia constituye uno de los modelos más importantes de referencia en detrimento de los padres.
A partir de aquí los padres pueden tener un buen clima de entendimiento con su hijo adolescente, escuchando sus problemas e intentando ayudarlo pero no como un amigo sino desde la responsabilidad adquirida ya desde su nacimiento, crianza y posterior educación. Los padres tienen pues una responsabilidad legal y están obligados a proporcionarle todos los cuidados materiales (alimentación, casa, ropa, higiene, etc.) y psicológicos (educación, afecto, etc.). Un amigo puede aconsejarnos, un padre debe además tomar decisiones por el bien de sus hijos aunque estas sean dolorosas.
2º) El Síndrome del nido vacío
Con frecuencia nos encontramos con padres que afirman que sienten un gran desazón por que su hijo/a adolescente quiere estar menos con ella y se muestra poco o nada ya cariñosa. A veces también ocurre que hay conductas rebeldes, de enfrentamiento y cuestionamiento de la autoridad de los padres. Ante este escenario de cambio en los hijos, algunas madres suelen lamentarse con expresiones como: “He dedicado mi vida a cuidarlos, renunciando a todo y así me lo pagan…”.
Ciertamente algunos padres pueden sentirse así pero deben tener en cuenta que estos cambios forman parte del curso evolutivo “normal” del niño y nuestra tarea es acompañarles en todo el proceso de transición a la vida adulta, comprendiendo sus cambios pero también sabiendo poner límites y un cierto orden.
También comentar que los padres nunca deberían renunciar a su propio proyecto personal en aras de dedicar toda su vida exclusivamente a sus hijos. Esto es un error. Si queremos ser unos padres fuertes, unos modelos seguros y coherentes para nuestros hijos, debemos ser capaces de pensar no solo en ellos sino también en nuestro bienestar como personas individuales. Unos padres que combinan la dedicación a sus hijos con el trabajo, actividades lúdicas, deporte, cuidado personal, etc. son padres que los jóvenes admiran y respetan más que padres que se han abandonado en todos los aspectos con la excusa de “sacrificarse”, de forma mal entendida por sus hijos.
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