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1-Introducción
2-La figura principal de apego: La madre
3-Guarderías
4-Curso del apego
5-Determinantes del apego
6-Efecto del apego en otras conductas
7-El apego en etapas posteriores
La especie humana tiene una larga historia. Ello nos ha hecho evolucionar de una determinada manera, configurando aspectos de nuestras necesidades básicas como seres humanos. El niño nace programado para sobrevivir en determinadas condiciones pero también bajo la necesidad de que sus necesidades básicas sean cubiertas. Estas pueden resumirse en:
1-Necesidades fisiológicas (alimentación, higiene, sueño, etc...).
2-Necesidad de protección ante posibles peligros (reales o imaginarios).
3-Necesidad de explorar su entorno.
4-Necesidad de jugar.
5-Necesidad de establecer vínculos afectivos.
Los vínculos afectivos son una necesidad que forma parte del proyecto de desarrollo de un niño recién nacido. Si esta necesidad no es satisfecha, el niño, adolescente, joven o adulto sufrirá de "aislamiento o carencia emocional".
El Apego (o vínculo afectivo) es una relación especial que el niño establece con un número reducido de personas. Es un lazo afectivo que se forma entre él mismo y cada una de estas personas, un lazo que le impulsa a buscar la proximidad y el contacto con ellas a lo largo del tiempo. Es, sin duda, un mecanismo innato por el que el niño busca seguridad. Las conductas de apego se hacen más relevantes en aquellas situaciones que el niño percibe como más amenazantes (enfermedades, caídas, separaciones, peleas con otros niños....). El llorar es uno de los principales mecanismos por el que se produce la llamada o reclamo de la figura de apego. Más adelante, cuando el niño adquiere nuevas capacidades verbales y motoras, no necesita recurrir con tanta frecuencia al lloro. Una adecuada relación con las figuras de apego conlleva sentimientos de seguridad asociados a su proximidad o contacto y su perdida, real o imaginaria genera angustia.
Los vínculos de apego no sólo van establecerse con los padres o familiares directos sino que pueden producirse con otras personas próximas al niño (educadores, maestros, etc...).
Si bien tradicionalmente la figura con la que se establece el vinculo de apego más fuerte ha sido con la madre, hoy en día asistimos a una acentuación de la implicación del padre en los cuidados de la primera infancia. Motivos de horarios laborales, número de hijos, recursos económicos, etc, determinan la necesidad de una corresponsabilidad por parte ambos progenitores en las labores de atención al bebé. Aún aceptando esta realidad, no hay que perder de vista que desde un punto de vista biológico y evolutivo, es la madre la que está en disposición de efectuar una relación especialmente fuerte con el hijo. La importancia del buen establecimiento del vínculo de apego, ya en las primeras etapas, va tener unas consecuencias concretas en el desarrollo evolutivo del niño. Podemos afirmar con rotundidad que dedicar tiempo al bebé, en una interacción de cuidado y atención, por parte de las figuras de apego, es la mejor inversión para garantizar la estabilidad emocional del niño en su desarrollo.
El vinculo de apego no debe entenderse como una relación demasiado proteccionista por parte de la madre hacia el bebé, sino como la construcción de una relación afectiva en la que la atención y los cuidados de la madre en las primeras etapas (el niño se siente atendido en sus necesidades), va a propiciar la paulatina adquisición, desde una plataforma emocional adecuada, de los diferentes aprendizajes y, por tanto, de los primeras conductas autónomas.
Si bien el niño quizás tardará unos meses en desarrollar el apego hacia la figura principal, el vinculo emocional de la madre hacia el bebé se desarrolla rápidamente teniendo lugar en los momentos posteriores al parto.
El apego puede formarse con una o varias personas, pero siempre con un grupo reducido. La existencia de varias figuras de apego es, en general, la mejor profilaxis de un adecuado desarrollo afectivo dado que el ambiente de adaptación del niño es el clan familiar y no exclusivamente la relación dual madre-hijo.
Como se verá más adelante, el momento en que el niño experimenta un vínculo de apego más fuerte es alrededor de los 2 años de edad, produciéndose un alto nivel de protestas ante la separación de la figura de apego y la aparición de personas nuevas o extrañas.
Esta etapa suele coincidir con la incorporación de muchos niños a las guarderías y algunos de ellos pueden vivir este cambio del entorno vital con cierta angustia. Los primeros días pueden significar un verdadero suplicio por parte del niño y también de la madre. La guardería supone la primera salida del niño de su entorno más próximo. Supone también el momento de empezar a asimilar los diferentes aprendizajes y, lo que es más importante, el inicio de la relación con sus iguales (sus compañeros). El niño pasa de ser el protagonista a ser uno más dentro de un colectivo y esto puede crearle cierto desasosiego.
La incorporación de un niño con dos años o menos, no debería efectuarse de forma repentina y con tiempos prolongados, probablemente bajo las presiones laborales, necesidades horarias u de otro tipo por parte de los padres.
Lo ideal es que los primeros contactos se produzcan en compañía de la madre u otras figuras de apego secundarios (abuelos, tíos...) por tiempos breves para posteriormente irlo dejando sólo en intervalos más espaciados. Hay que tener en cuenta que a edades de 1o 2 años, el niño no dispone de estructuras cognitivas suficientemente maduras como para interpretar que, la separación de su madre en un entorno nuevo, es un hecho temporal. La marcha de la madre es vivida, en un primer momento, como una pérdida real e irreparable (no entiende que más tarde vendrá a recogerle) y los mecanismos innatos de supervivencia se ponen en marcha (llanto, pataletas...). La angustia o ansiedad de separación puede dispararse en algunos casos. No se trata tampoco de dramatizar la situación pero sí de minimizar sus posibles consecuencias negativas.
Al respecto, es de elogiar las empresas que han creado en su seno guarderías para los hijos de sus trabajadores, proporcionándoles un entorno más cercano y fomentando una interacción más frecuente.
Es fundamental, en la educación del niño, proporcionarle una cierta seguridad afectiva (que no de sobre-protección) para que pueda construir su personalidad sobre una plataforma más sólida. Si el niño percibe, desde edades muy tempranas, que sus padres están a su lado (no para concederle todos los caprichos, sino para ayudarle en el sentido más amplio) crecerá con mayor seguridad y autonomía.
Sabemos que vínculos de apego no establecidos debidamente a su tiempo pueden repercutir en la posterior relación social y con los padres. La confianza, la seguridad en uno mismo, el respeto al otro, empiezan a construirse antes de lo que creemos.
Hoy en día, por desgracia, es habitual encontrar en la conducta problemática de muchos adolescentes, vínculos de apego no establecidos desde las primeras etapas. No se puede construir la relación de los hijos sólo a base de proporcionarles necesidades materiales. El escucharles, el intentar conectar con lo que les preocupa en el día a día , el establecer espacios de tiempo y de calidad de juego con ellos, son vitales para construir una sólida relación padres-hijos.
Fase 1 (desde el nacimiento a los 2 meses)
En inicio, los bebés no centran su atención exclusivamente en sus madres y suelen responder positivamente delante cualquier persona. Sin embargo, los neonatos, ya vienen al mundo con un cierto número de respuestas innatas diseñadas para atraer a la madre cerca (llanto) y mantenerla próxima (mostrándose sonriente o tranquilo). Y aunque, en esta etapa, no esté todavía maduro el vínculo de apego con la madre o cuidador, sí se ha comprobado que los recién nacidos prefieren mirar a sus madres que a un desconocido.
Fase 2 (desde los 2 a los 7 meses)
Durante esta segunda etapa los bebés van consolidando los vínculos afectivos con la madre, padre o cuidador y dirigen hacia ellos sus respuestas sociales. Aunque todavía aceptan extraños, les otorgan menor atención.
A lo largo de este período el bebé y su cuidador desarrollan pautas de interacción que les permiten comunicarse y establecer una relación especial entre ellos.
Fase 3 (desde los 7 a los 24 meses)
El Apego se hace más evidente siendo muy fuerte alrededor de los 2 años. Ahora las conductas de apego van a configurarse alrededor del desarrollo evolutivo en 2 áreas concretas: la emocional y la del desarrollo físico. Con el mayor nivel de capacidades cognitivas asumidas en esta etapa, los bebés empiezan a distinguir lo extraño de lo habitual y ahora suelen reaccionar negativamente ante situaciones o personas desconocidas. Apartarse de la figura de apego supone producir protestas por la separación que implican llantos y la búsqueda de la madre. Por su parte el desarrollo físico (el niño empieza primero a gatear para luego pasar a la posición erguida y a dar sus primeros pasos), supone adquirir un control respecto al lugar donde se encuentra. Ahora, si desea no separarse de su madre, podrá dirigirse hacia ella en lugar de reclamar su presencia mediante el llanto. El niño gana independencia gracias a sus nuevas capacidades de locomoción, verbales e intelectuales. Este proceso es siempre conflictivo porque exige readaptaciones continuas con ganancias y pérdidas de ciertos privilegios. Por ello suele ir acompañado de deseos ambivalentes de avanzar y retroceder.
Se cree que las madres que son más sensibles ante las necesidades de los bebés y que ajustan su conducta a los de estos, tienen mayores probabilidades de establecer una relación de apego segura. Estas madres reaccionan rápidamente a las señales que emiten sus hijos como el reclamo de comida, identificando cuando están satisfechos y respetando sus ritmos de vigilia-sueño. Ante el reclamo mediante el llanto son más eficaces en acunar o confortar en sus brazos al bebé. Son madres cariñosas, alegres y tiernas siendo así percibido por el niño. Evidentemente no sólo cómo se comporta la madre resulta vital para el vínculo. La forma en que reacciona el niño, su temperamento, es también importante en el tipo de relación que se va a establecer. No hay dos bebés iguales. En el caso de que estos sean de temperamento difícil o irritable puede favorecer en la madre o cuidador una respuesta menos adecuada y, por tanto, aumentar las probabilidades de un apego menos seguro.
Con frecuencia se ha planteado desde la psicología por qué algunas madres responden de forma más sensible a sus bebés. Una respuesta bastante válida hace referencia a los recuerdos de las madres de sus propias experiencias infantiles. Una investigación efectuada al respecto (Main y Goldwyn, 1.998) clasificaba a las madres en 3 grandes grupos. El grupo primero lo formaban las madres denominadas autónomas. Estas madres se caracterizaban por presentar una imagen objetiva y equilibrada de su infancia, siendo conscientes de las experiencias positivas y de las negativas. El segundo grupo se denominó madres preocupadas. Se caracterizaban por su tendencia a explicar de forma extensa sus primeras experiencias vitales con un tono muy emocional y, en ocasiones, confuso. Finalmente el grupo tercero lo formaban madres a las que se llamó indecisas. Estas últimas constituían un grupo que había experimentado algún trauma con la relación de apego y que aún no han resuelto. Es el caso de los niños maltratados o que han perdido alguno de los padres.
La hipótesis que subyace en este estudio es que los recuerdos y sentimientos de las madres sobre su propia seguridad de apego se expresará en sus atenciones hacia su hijo y así influirá en su relación. Diversos estudios han verificado que estas clasificaciones son bastante predictoras de las pautas de apego que formarán con sus hijos.
En líneas generales podemos afirmar que los bebés que presentan un apego seguro exhiben una diversidad de otros caracteres positivos que no se encuentran en el caso de bebés cuyas relaciones de apego son de menor calidad. Una de ellas es la competencia cognitiva del niño. Muchos experimentos ponen de relieve la mayor capacidad de solución de problemas en niños con apego seguro. Igualmente serían más competentes socialmente, más cooperadores y obedientes.
Esto no significa, sin embargo, que los bebés con apego inseguro estén predestinados a tener problemas. En algunos casos, la experiencia en la guardería, puede ser beneficiosa y poner de relieve que, independientemente del nivel de apego, otras circunstancias del entorno pueden ser también relevantes en las competencias posteriores del niño. Aún y así, defendemos la importancia de establecer vínculos de apego satisfactorios, desde los primeros meses de vida, como situación idónea para minimizar muchos problemas posteriores.
Igualmente insistimos en el hecho de no confundir "apego seguro" con "sobreprotección". Lo primero supone una atención física y afectiva apropiada, estando vigilantes a sus necesidades pero, al mismo tiempo, incentivando su autonomía. Lo segundo supone establecer unas pautas excesivamente proteccionistas (no dejarle jugar con otros niños, evitarle las excursiones por miedo a que sufra algún daño, es decir, trasladar nuestro propios miedos al niño lo que le hará más inseguro). También aconsejamos evitar las actitudes muy tolerantes (acceder a todos sus caprichos, no marcarle hábitos en la comida u otras actividades, etc.).
Los vínculos de apego van a seguir su curso durante todo el ciclo evolutivo con las transformaciones y adecuaciones que cada edad requiere. A lo largo de todo el período escolar se suelen mantener como figuras de apego los padres (la madre, casi siempre en primer lugar y con carácter secundario los hermanos y otros familiares). Paulatinamente el niño va tolerando mejor las separaciones cada vez más largas, el contacto físico no es tan estrecho y las conductas exploratorias no precisan de la presencia física de las figuras de apego. Sin embargo, en momentos de aflicción, pueden activarse en gran manera las conductas de apego con reacciones similares a la de los primeros años.
Durante la adolescencia las figuras de apego suelen ser, por este orden, la madre (que sigue en primer lugar), padre, hermano, hermana, amigo y pareja sexual. La madre sigue siendo la figura central de apego. A diferencia de épocas anteriores, ahora puede ocurrir que se incorpore como figura de apego, alguna persona ajena a la familia (amigos).
Progresivamente los adolescentes se van distanciando más de las figuras de apego y aparece un cierto rechazo como forma de buscar su propia identidad. El deseo ya no es estar con las figuras de apego sino que éstas estén disponibles para casos de necesidad. Es un proceso natural por el que no hay que temer si se han hecho bien las cosas. El adolescente ha iniciado ya el camino de las relaciones sociales y los vínculos de amistad que marcan el inicio del camino hacia el encuentro de la etapa adulta.
Si la relación de apego se estableció de forma adecuada en los períodos críticos, el lazo afectivo que vincula a padres e hijos trascenderá a la época adolescente y es probable que se prolongue toda la vida.
Trastorno del vínculo | Trabajando el vínculo afectivo con nuestros hijos | Trastorno de ansiedad de separación |
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Los problemas de vinculación pueden derivar en un trastorno clínico. En esta página se muestran sus características. | Se dan algunas orientaciones para mejorar la vinculación con nuestros hijos. | En algunos casos, la necesidad de un apego extremo con las figuras parentales, mantenido a edades superiores a los 5 o 6 años puede indicar la presencia de este trastorno. |
"Los desafíos invisibles de ser madre o padre" Manual de evaluación de las competencias y la resilencia parental
Autores:
Jorge Barudy (neuropsiquiatra, psiquiatra infantil y terapeuta familiar de origen chileno establecido en España).
Maryorie Dantagnan
El Neonato: Reflejos, ciclos sueño-alerta, hitos motores | Los Miedos Infantiles | Habilidades sociales en la infancia | La Timidez: El niño tímido |
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